Una auténtica preciosidad: La Gomera al alcance de la mano, al norte La Palma y más allá, cerca del mar de los sargazos, El Hierro; al fondo, los americanos devorando perritos calientes porque se intuye que era la hora del almuerzo, allá en la civilización incívica. Y estábamos en una atalaya impagable con el mar abajo, tranqui, que parecía que no era agua salada. Detrás el Teide, más tranquilo que la mar, casi azul. Un puntal.
Curiosamente (...) no hacía frío y alrededor de la piedra grande, los verodes y los tajinastes se mostraban espléndidos a pesar de la escasa lluvia de meses atrás. La terraza con tres mesas, dos de extranjeros y una de la pareja ya citada de isleños aborígenes. Lógico. Es la multiculturalidad, pensé, de hecho creo que había una rubianca – pa mi que alemana- leyendo algo al lado de su taza de te. Manías.
Gratis la puesta del sol. Un espectáculo que se repite desde el principio de la creación de esta parte del universo y que ahora se agradece. Pues la manzanilla de mi pareja y la garimba del que suscribe costó lo normal. Pero el tabaco lo acaban de subir de precio de forma abusiva, porque los que legislan tienen prohibida la fumada por sus médicos y, sobre todo, por sus parejas. No es mi caso. Ni viene cuento, se me ocurre ahora, que estos párrafos afean la suavidad de la crónica.
Lo dicho: ver al sol ocultarse tras el horizonte es evento (...) cotidiano, una instalación insuperable, una obra de arte y...¡gratis! No se sabe hasta este momento dado, el porqué los médicos no recomiendan estas excursiones a los caminantes disciplinados y madrugadores, tullidos de frío interior y de otras hipotermias, para que por la tarde contemplen (gratis, ya se ha dicho), vean como se va el día y llega la noche.
Reconozco que lo escrito es una cursilada. Pero es verdad.