Y eso es lo que ha decidido hacer el gobierno de Ángela Merkel, dar un puñetazo sobre la mesa y aprobar un conjunto de medidas por los que aquellos extranjeros que lleven seis meses en Alemania en situación de desempleo y además sin signos evidentes de buscar un puesto de trabajo o aprender cuando menos el idioma, serán expulsados del país porque lo que no resulta de recibo es que se aprovechen de un mecanismo como es el de percibir una ayuda económica a cambio de estar todo el día a la bartola o con una mano en la jarra de cerveza.
Sí, ya sé que la decisión es de todo punto impopular y que ya empieza a mirar todo el mundo a Alemania como un país poco menos que xenófobo. Por ejemplo, en una tertulia en Telemadrid, la presentadora ponía la cuestión sobre la mesa y definía la misma como una mala noticia para los 10.000 españoles que ahora mismo está buscándose allí la vida. Sin embargo, todos los tertulianos coincidían en alabar el gesto de la canciller germana porque lo que no era de recibo es que se abuse así de la generosidad de un sistema que vela por sus ciudadanos. Ayudar está adecuado a derecho, pero no abusar del mismo o ir de carota por la vida.
Seguramente, como somos como somos, no nos gustaría que el Estado español pagase a extranjeros en paro por estar sencillamente vagueando, diríamos que es intolerable y que se tienen que buscar la vida. Por eso, y ahí es donde nos tienen que doler prendas, Alemania está donde está y en España aún seguimos anclados en el viejo mito de Rinconete y Cortadillo.
Juan Antonio Alonso Velarde