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10 Mar

Los adjetivos –al margen de su definición ortodoxa- vienen a ser como "la madre del cordero", la seña de identidad, las coordenadas precisas que delimitan y aquilatan un sustantivo. Una vez colocado, adjuntado, el nombre ya no es lo que era; queda bautizado, matizado y supeditado a él. Su filo es tan incisivo que me recuerda la cuchilla de los castradores; no de puercos, sino a otra; más afilada, si cabe: la que emasculaba los genitales de los monjes valesianos. Y es que algunos, para alcanzar las esferas celestiales y gozar del amor de Dios, se mutilaban sin miramientos, en un trance incomprensible.


–Frena, mi arma, que con eza arbarda tan pezá te'maz zalío de mare – exclama mi amable y paciente acompañante.
Los adjetivos constituyen el sesgo diferenciador de cualquier escritor, de cualquier hablante. Un determinado nombre es solo eso. Un nombre: frío o acogedor; rotundo o anodino; confuso o sencillo; profuso o escueto.
Piensa, a modo de ejemplo, en la palabra jersey. Y realizando un ejercicio de imaginación bautízalo con los adjetivos que te vengan al magín.
–Déhalo ya, quillo, que'l coco me se va reventá.
Pues bien, un jersey, puede ser negro, blanco, gualdo, de color camello... Los hay nuevos, usados, desteñidos, deshilados, raídos...Suelen tejerse con lana –de vicuña, oveja, guanaco...-; de pelo -castor, marta, verija de moza,...
–¿Mandeee? ¡Veriha de xorba...! ¡Ahí, l'az dao, zagá!
...Algodón, piel... Se confeccionan a cuadros, lisos, estampados...Se venden entallados, anchos, estrechos...La forma del cuello puede rematar en pico, cuello de cisne, con solapas, cerrada...Algunos tienen cremallera; otros, botones, cordones...; hasta corchetes y alamares. Pueden servir para el invierno, la primavera, de entretiempo;...
–M'opilaz una jartá, maeztro.
Si decimos: "El hombre vestía un jersey", la frase queda austera, sin gracia; de tan parca, casi cartujana. En cambio, si decimos: "El hombre vestía un jersey de color azul", ya comenzamos a acotar y a precisar. Si escribimos: "El hombre vestía un jersey azul, de lana y a cuadros; liso, deshilachado, con un cuello vuelto donde se veían un par de botones desgastados..."
–Eze zoy yo, no me digaz ma –y se restriega la mano por el jersey raído, de otra época ya.
Sin duda, la descripción queda mucho más completa. El lector o el interlocutor tendrán las coordenadas más exactas. Y es que los adjetivos, como se estudiaba en las gramáticas pretéritas, califican de un modo rotundo al nombre.
Conviene andar atentos a su empleo, pues de su adecuado uso, el cuadro puede quedar con acabado tosco o satisfactorio; incluso de amplios bolsillos, rococó. La descripción prolija puede llevar a constreñir la imaginación del oyente o lector. Todo es relativo. Ante la duda, como en casi todo, la mejor opción es callarse, no apostrofar el nombre; ser concisos. Sobre todo en ciertos ámbitos: judiciales, administrativos, financieros...
–¿Un pitillito, maeztro?
Un testigo puede decir en su declaración: "El ladrón, silencioso y sonriente, salió de la casa..."
"Silencioso", es probable; pues los pensamientos, casi siempre son discretos. "Sonriendo", ya es más matizable. La sonrisa podía ser sedicente o falsa; alciónica o forzada; engreída, franca, sardónica, consistir en un rictus...; y esos flecos subjetivos del hablante pueden varear los acontecimientos y desprender consecuencias funestas. Y lo que uno aprecia como sonrisa otro puede verlo como un gesto espasmódico.
Por consiguiente, a la hora de utilizar la palabra -acordes sublimes para unos; sonoros rebuznos, para otros- debemos ser comedidos; y en caso de duda, mutis; porque un tonto siempre encuentra otro más tonto que le admire.
–¡Digo!
¡Echemos ese pitillo!
Pitillo en boquilla, mohín de condesa;
pitillo de fresa, rumor de buganvilla.
Pitillo de histeria, sabor mentolado;
por beso robado en tarde de feria.
Pitillo chismoso y lisonjero,
saleroso y puñetero.
Pitillo de senda, trastienda;
de infante y tunante.
Pitillo solitario, pitillo sin cometario.
–"Enciende, ya, joé, que me ce va xamuscá er deo".

Eugenio F. Murias

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