Jueves, 25 de Abril 2024 

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05 May

Angelita Moscoso es una endurecida aldeana que se maneja con soltura es los ambientes urbanos.
-Si vas a la capital, no cojas el tranvía, mira que tú ya estas vieja y no entiendes esos inventos.
-Razón de más, Cirilo, si no me subo, tampoco me apeo. ¡Qué coño! ¿Te crees que soy bolsa, o qué? Yo no me parto para que pase otro. ¡Bueno sería!


-¿Pero como te vas a ir ahora si el domingo tenemos que votar?
-Yo ya voté bastante, Cirilo, ahora que lo hagan otros.
-¿Aún no han pasado a traértelos?
-¿Para que quiero yo votos? ¿Sabes como es la cosa, Cirilo? Les dije que se lavaran el culo y se bebieran el agua. Y levantaron por pies.
-¡Ja, ja, ja! eres de o que no hay, Angelita
No hay quien pueda con ella.
-Por las buenas, me sacan lo poquito que tengo; pero por las malas, ¡Hummm! Por las malas, no ha nacido quien me tosa.
Es una anciana solterona, de lo más miserable; ruin como pocas. Su caletre aún no ha sufrido los estragos del tiempo y sigue pergeñando con el ritmo de sus años mozos.
-Eso es de lo poco que lo ha usado –afirman los esquinados.
Nunca da puntada sin hilo y si te ofrece algo es para cobrártelo con creces. Su avaricia es proverbial y su indiscreción, temida. De su boca se despeñan palabras a troche y moche y no hay asunto o cuestión a la que no le hinque el diente. Pero la ignorancia es tan robusta que lejos de guardar silencio pregona sus carencias. ¿Y qué decir de su engreimiento? A Cirilo no se le olvida el día que le encargaron hacer unas garbanzas con cabra para un cumpleaños familiar. Todos alabaron el guiso; todos, excepto Angelita, quien apareció con un táper de arroz con leche. Y como nadie se lo elogiaba, ella se encargó de hacerlo.
-¿Te ha gustado, Chelito? ¿A qué me quedó bueno, Fermín? ¡No me digas que no lo has probado, Ernestina! ¿Verdad que estaba rico, Andrés?
Los vecinos ya conocen su innoble conducta empedernida y la saliva que escupe. Pero le guardan cierto respeto, un aire simulado; y es que su lengua atraviesa las paredes y no duerme. Aunque jamás reconoce un yerro; ella nunca se equivoca, son los demás quienes desbarran. A veces, para suavizar las asperezas de su boca, se muestra obsequiosa; aunque solo da lo que le sobra y con el ojo alerta para cuando necesite cobrárselo.
-¡Qué buena es Angelita; para que luego digan, Cirilo!
-Eres de lo que no hay; para qué sigues matándote, a tus años.
-Calla, Cirilo; que más sabe el diablo por viejo. Con las fincas tan hermosas que tengo no querrás vérmelas abandonadas.
-Todo está sequito que da pena, Angelita. Si al menos lloviera...
-Ay, sí, Dios te oiga. Que caiga un buen chubasco en ese llanito de la Teja.
-¿Solo en el Llano de la Teja?
-Y en los Valles; en todo lo mío, Cirilo, que se me va a perder lo poco que tengo.
Y remacha, chascando una almendra:
-Si llueve en lo mío, tengo bastante; los demás, que se jodan.
Y es tal la fe con la que habla y reza en sus horas de soledad, que después de unos meses de sequía, una mañana, como por milagro de una virgen desconocida, bajo un cielo despejado aparecieron siete u ocho nubes negras como tizones.
-Ay, virgen santa, no quiera Dios que esos chubasquitos estén descargando en lo mío. ¡Tú si que eres buena!
Y así era, en efecto. La gente no daba crédito y acudieron en tropel hasta la casa de Angelita.
-¿Cómo puedes ser tan pichirre, desgraciada? Pedir solo para ti. ¡Así te atragantes y revientes!
-¡Que le mande, coño! Ustedes no saben pedir, váyanse al carajo.
Días antes de que se apalabrara con media docena de braceros, reza ante la fila de vírgenes y santos que permanecen alineados en la repisa de la alcoba; pero ahora les ruega para que no llueva, que la tierra debe estar sueltita para la cosecha.
-Ya está bueno, Cirilo, ahora que llueva en lo tuyo.
Por asombros que parezca, llovió en todos los campos menos en los de Angelita.
Pero la mañana de la recolección sus campos aparecieron vacíos, desolados. Alguien se le había adelantado.
Ver las arrugas de su pellejo encresparse es decir poco. Pero su coraje se vino abajo. Irremisiblemente. La incursión y el saqueo sacudieron sus defensas. Tanto dolor sintió que se desplomó en medio de los surcos vacíos; entre ramas y hojas mustias. Y allí se quedó; tiesa; sin vida, sobre una tierra sacudida e indiferente.
Cuentan que antes de morir amenazó con vengarse; que volvería del más allá con una partida de diablos.
-Aún no ha nacido quien tumbe a Angelita Moscoso. ¡Por Dios, que no! Al pendejo lo joden acá, pero no allá.

Eugenio F. Murias

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