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17 Oct

Al fin llegó el debate más esperado de las Elecciones. Era el día clave, en el que todos debían mostrar sus cartas al indeciso electorado. A aquella hora, por la tribuna de oradores habían pasado ya todos los candidatos principales, con un graderío donde nos agolpábamos por centenares y hasta por miles los ciudadanos deseosos de escuchar las propuestas que nos traían. Así, había hablado la conservadora Balbina Sassuolo, haciendo hincapié en la necesidad de proseguir con las reformas que tan buenos resultados estaban arrojando, un sector del público se mostró entusiasmado con sus propuestas. Habló también Mario Schilardo de los ultrapatrióticos del águila dorada, quien defendió la necesidad de blindar las fronteras y reforzar la capacidad de acción de nuestros cuerpos de seguridad, una parte del graderío agitó sus banderas con estruendo en señal de apoyo.

Escuchamos al representante del partido socialdemócrata, Albano Malatesta, quien, con una grandilocuencia importante y recursos discursivos de lo más llamativo, resaltó el interés de su partido por recuperar los valores humanistas que lo habían hecho grande en épocas pasadas, algunos asistentes aplaudieron con furor. Habló Vincenzo Monaglio del partido anticapitalista, abogando por una transformación radical del sistema desde la base para dar el poder al pueblo y revertir el status quo, un buen grupo de jóvenes y no tan jóvenes de los congregados allí jalearon las propuestas de Vincenzo. Y habló Andrea Galvani de los ecologistas, dejando claro que harían frente a cualquier partido o propuesta que se apartase del respeto a la naturaleza y a los animales. Y de esta manera, uno por uno fueron pasando a dar su discurso todos los candidatos, hasta que sólo quedó uno por hablar.

A este último, muy pocos lo conocían, había conseguido los avales y las firmas necesarias muy a última hora, gracias al apoyo de un grupo del campesinado del norte y otros colectivos ciudadanos. Se llamaba Bernardo Cortucho. Entonces, empecé a preguntar por entre la gente de mi alrededor, a ver si alguien sabía decirme algo sobre aquel tipo y su propuesta, pero nadie, nadie parecía conocerlo. Ya apunto de empezar a hablar encontré a un chico que sí parecía saber de él, entonces le pregunté:

-¿Qué currículum tiene este señor?
-Pues, si se refiere a la Universidad... no estudió más allá de los 18 años.
-¿No estudió ninguna carrera? Bueno... ¿tendrá al menos experiencia como regidor, digo yo?
-No, no tiene experiencia en la política, en realidad nunca le gustó...
-¡No me haga reír usted hombre! ¿Y a qué viene a presentarse? Ya entiendo, es un demagogo, sabe ganarse a la gente con una fina verborrea.
-¿Bernardo?, no. Bernardo a veces dice cosas interesantes, pero no es especialmente buen orador, si es por eso por lo que me pregunta.
-¡Vaya hombre!, pues... ¿dígame usted algo bueno de este señor?
-Él... es honrado, es humilde, es trabajador y dedicado, y nunca abandona a los que sufren... no sé qué más hace falta. Él... es honrado, él es mi candidato.

Y aquel señor habló, y yo me fui esa tarde a casa. Había ido al discurso de presentación de la campaña de los candidatos con el mismo ánimo que lo hice las otras 15 o 20 ocasiones a lo largo de mi vida. Hoy quedan dos días para las elecciones, y no sé, creo que esta vez es posible que vote al fin por uno de los candidatos.

Eloy Cuadra

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