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14 Sep

Refugiados: suerte que aún puedes elegir

Un perro abandonado, hambriento, flacucho, herido, te lo tropiezas en la calle y se te queda mirando: puedes elegir seguir como si no lo hubieras visto o puedes llevarlo al veterinario y preocuparte por el animal. En los semáforos, a menudo hay chicos haciendo malabares con pelotas y otras cosas: puedes elegir darles algo o puedes ignorarlos o poner cara de que no tienes suelto cuando no es verdad. Puedes elegir, a menudo, la vida te pone en la tesitura de tener que elegir, y casi siempre, la elección oscila entre una opción generosa, donadora, una opción en la que sacrificas algo de tu tiempo, de tu esfuerzo, de tu bienestar o de tu dinero para que otros puedan estar un poco mejor, y una opción egoísta, temerosa o desconfiada que dice "no", "lo siento", "búscate la vida", "no puedo ayudarte". Es así, casi siempre es así, por suerte, todavía, quizá porque existe la empatía, o porque el ser humano de alguna manera recuerda que se hace en sociedad y no es nada si no hay alguien en sus primeros años dándole todo el tiempo.

Y bien, con el asunto de los refugiados que huyen de la guerra en Siria estamos de nuevo ante el mismo tipo de elección. Aunque esta vez no se trata de un perro, de un pajarito que se cae del nido, no es una persona sin hogar pidiendo una limosna, con esta elección probablemente nos estemos jugando sin saberlo en destino de las próximas generaciones y tal vez el destino del mundo que conocemos. Se trata de recordar y defender que hace algunas décadas, algunas personas, horrorizadas por lo que el ser humano había hecho decidieron poner todo su empeño en que aquello no volviera a repetirse y pensaron en darnos a todos los ciudadanos del mundo una Organización de Naciones (ONU) y unas normas universales en forma de Tratados y Convenciones, de donde salieron, entre otras la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Convención sobre el Estatuto del Refugiado. De aquel espíritu de concordia y del recuerdo del horror reciente nació también la Unión Europea con, al menos en teoría, la misma intención cooperativa entre países y la misma voluntad de evitar conflictos. La propia Carta de los Derechos Fundamentales de la UE recoge buena parte de la esencia de otros tratados internacionales dedicados a los Derechos Humanos, en buena muestra de que, al menos en teoría, los principios básicos de coexistencia de nuestras sociedades tomaban como base el diálogo, la cooperación y la solidaridad. Sí, ya sé que están pensando lo mismo que yo, por eso he recalcado lo de "en teoría". Y es que hoy, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es ya casi papel mojado, la Carta Europea tanto o más de lo mismo y las Resoluciones de Naciones Unidas casi nunca son respetadas cuando afectan a intereses importantes de países poderosos. ¿Qué más da eso? Puede que el gen egoísta del que hablaba Richard Dawkins lo tengamos más de uno, o tal vez todos; sabemos que la economía lo dirige prácticamente todo y que en economía hace tiempo que se impusieron las tesis egoístas de la preocupación por lo propio, del padre del liberalismo el señor Adam Smith; y es una evidencia que nuestro sistema trabaja muy bien para tener a los ciudadanos básicamente desinformados, miedosos y compitiendo entre ellos por un sin fin de cosas superfluas. ¿Y qué importa eso? Desde el instante en el que alguien anónimo va a su ayuntamiento y registra un escrito ofreciendo su casa para acoger a un refugiado, cuando miles de ciudadanos alemanes salen a la calle a gritar "¡refugiados bienvenidos!", cuando una señora se encadena a un árbol para que no lo corten o cuando todavía hay gente a la que le duelen los africanos que mueren en el mar, en el desierto o intentando cruzar una valla y no se resignan, todavía, para esa gente están muy vigentes esos valores humanos de los que hablaba antes y da igual que el mundo avance en otro sentido. Ellos, y yo, y tú, todavía creemos en que ese otro mundo más humano y solidario es posible y hacemos por construirlo, aunque nos llamen ilusos, utópicos o soñadores. Lo que ocurre es que el mundo cada vez gira más aprisa y de manera muy peligrosa hacia ese ¡Sálvese quien pueda! que tan poco me gusta, y puede que pronto no tengamos ya siquiera la opción de elegir, porque otros habrán elegido por nosotros y habrán elegido miedo, violencia, frontera y barbarie, concluyendo que el mundo está tan mal que sólo cabe ya proteger lo tuyo con la fuerza que puedas aportar. Entonces, igual ya sólo podrás elegir entre un guardián y otro guardián, entre un subfusil, una porra o una recortada. Entonces, igual ya no queda nada qué salvar. Piensa en ello, piénsalo.

Eloy Cuadra

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