Estimado lector, esto que a simple vista parece un acto fraternal y libre de rencor, donde las diferencias se dejan a un lado para confraternizarse en Dios, no es más que una humareda de incienso cargada de doblez. Más de uno no entenderá por qué nos atrevemos a hacer una afirmación tal, sin embargo observen con atención y conviértanse en pensadores libres que cuestionan incluso la fe en la que fueron educados. Sepa que si el ofrecimiento del máximo pontífice de la Iglesia católica se tratara realmente de un camino conjunto de amistad, respeto y fraternidad, el Papa tendría que invalidar el anatema contra Martín Lutero sacándole de la condenación eterna, además tendría que invalidar algunas enseñanzas obligatorias de la iglesia católica romana, lo que sin embargo no puede hacer, ni siquiera en el caso de que de verdad quisiera.
Entre las mencionadas enseñanzas obligatorias está la que dice: «Debemos aferrarnos a la creencia de que fuera de la Iglesia romana católica y apostólica, nadie puede salvarse. Ella es el único arca de salvación, y todo aquel que no ingrese en ella, tiene que hundirse en las aguas». (Neuner/Roos, N° 367). Y más adelante: «Por eso no han podido salvarse aquellas personas que conociendo la Iglesia católica y sabiendo que es necesaria para alcanzar la salvación, no quieren ingresar o permanecer en ella». (Neuner/Roos, N° 373)
Por lo tanto si los luteranos antes de morir no ingresan en la Iglesia católica, según la enseñanza dogmática de la Iglesia católica, tienen que hundirse en las aguas o sucumbir al «fuego eterno», tal como se afirma de forma inapelable. A no ser que el Papa, tomando en serio las palabras de su propia homilía, elimine las condiciones dogmáticas antes citadas, lo que le convertiría de forma automática en candidato a ser él mismo condenado por la propia enseñanza católica.
José Vicente Cobo