En base a esto, si en la actualidad de pronto se llamase al desarme nuclear total, tendríamos un serio problema: ¿Cómo deshacernos de todo el material radioactivo que queda? Es decir, de 1.300 toneladas de uranio y 1.000 toneladas de plutonio especialmente nocivo.
En aquellos años las zonas de experimentos nucleares se encontraban en su mayor parte en pequeñas islas del Pacífico o en algún desierto, lo que significa que en todo momento se era consciente del peligro. Por ejemplo en el Semipalatinsk, en al actual Kazajstán, se detonaron 464 bombas atómicas. El informe de una enfermera de la zona constató como la tierra temblaba y la gente sospechaba que se explosionaban bombas atómicas. También relató cómo en esa zona llegaban al hospital muchos más casos de cáncer, sobre todo infantil, de lo que debería ser normal. De cada tres partos nacía un niño con malformaciones, allí el índice de leucemia es claramente elevado.
En el atolón de Bikini durante los años 50 se realizaron experimentos nucleares. Luego se evacuó el atolón, pero en 1970 se devolvió a la población al lugar, con la esperanza de que pudieran resistir la radioactividad. Pero hubo que volver a evacuar el atolón, porque la radioactividad era tan alta que la gente enfermaba. Con todo esto se llega a la conclusión de que realmente la humanidad está sentada sobre un polvorín. En el afán de ser más poderoso que el vecino, o por miedo a que el vecino lo sea más que yo se ha mantenido a millones de personas en un engaño y en un peligro constante. Esto sin contar la falta de escrúpulos que suponen prácticas tan cruentas para con la Madre Tierra. El que hipotéticamente uno se imagine que la Tierra en algún momento se rebelará, no nos debería sorprender.
Teresa Antequera Cerverón