Las instituciones que se denominan Iglesias y sus creyentes han conmemorado durante 2000 años la pasión y muerte de Jesús y también celebran la resurrección del Cristo de Dios, pero se han preguntado por qué año tras año simbólicamente vuelven a subir a Jesus a la cruz para crucificarle de nuevo. Si la cristiandad fuera plenamente consciente de que Cristo vive en cada uno de nosotros, no haría falta representar tanto dolor, ni la cruxifición, ni la muerte de Jesús, pues El, que ha resucitado, no necesita ninguna representación simbólica, El ya vive en nosotros. Sin embargo, la gran mayoría de entre los llamados cristianos siguen venerando al dios externo, es decir, al dios de las iglesias, pues pocos han aceptado y cumplido las enseñanzas de Jesús de Nazaret; muy pocos han llevado al mundo al gran Portador de la paz, como un mensaje real de amor, de paz y de unidad. La mayoria de los llamados cristianos sigue crucificando cada día al Cristo de Dios.
Su enseñanza de la paz, de la unidad, del amor, de la reconciliación, es predicada de vez en cuando en las Iglesias, pero en primer plano están los dogmas, los ritos, los sacramentos, toda la enseñanza eclesiástica como tal. Sin embargo Jesús de Nazaret nunca fundó una iglesia de piedra, jamás habló de dogmas, ni tampoco de sacramentos; Él no nombró curas, obispos o cardenales, pues Él fue un hombre del pueblo y no un hombre de iglesia. No obstante los dogmas se han adornado con las enseñanzas de Jesús, mezclándose de tal forma que para muchos creyentes es muy dificil distinguir qué es qué, es decir, qué es cristiano y qué es catolico.
De una forma simbólica Jesús vuelve a ser crucificado a cada momento. Algunos dirán, ¡pero yo quiero ser un buen cristiano y nunca le he crucificado!, sin embargo el darle la espalda y mirar para otro lado anteponiendo ritos, dogmas y cultos ¿no es acaso crucificarle?, obviar Su Sermón de la Montaña considerándolo como utópico, ¿no es acaso crucificarle?, estar enemistado con el vecino, incluso con familiares, odiar a compañeros de trabajo y desearle el mal a todos los que no piensan como yo ¿no es crucificarle?, acumular riquezas mientras otros mueren de hambre ¿no es acaso crucificarle?, bendecir tanques y enviar soldados a la guerra ¿no es acaso crucificarle? Lo verdaderamente cristiano es el perdón, es la reconciliación, es la comprensión y el respeto, es la ayuda desinteresada, el no hacer distinciones ni ponerse por encima del prójimo, es estar los unos por los otros y también poner la otra mejilla. Los principios del cristianismo originario son: Igualdad, Unidad, Fraternidad, Libertad y Justicia, ¡Quien tenga oídos que oiga. Quien lo pueda captar que lo capte!
Mariano Pacheco