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18 Abr

La riqueza y las apariencias harán de ti un alma pobre

Todos los adultos sabemos por experiencia que mayoritariamente los jóvenes no tienen miedo a casi nada, incluso los hay que afirman no tener ni siquiera miedo a la vida después de esta vida, todo lo contrario que las personas mayores. El joven siempre alberga la esperanza de que algo extraordinario está por suceder, el temor a que bajo determinadas circunstancias esto no se alcance, llega normalmente sólo años más tarde, cuando se cae en la cuenta de que no se hizo esto o aquello que tan importante se ve ahora con la edad.

En la juventud se tiene la esperanza en una vida eterna que también contenga actividad, es decir que no sea sólo el cantar un aleluya sobre una nube. El joven generalmente es capaz de imaginar que la vida en el Cielo ha de estar llena de dinamismo, productividad y actividad, y que allí se han de dar inimaginables posibilidades que no se hallan en la Tierra. Y no dejan de tener razón, pues cuando no se vive en los límites del espacio y del tiempo se amplía el margen de actuación, además la vida en lo divino muestra una dimensión totalmente nueva, entre otras cosas porque contiene la unidad de la vida.

Uno puede imaginarse cosas extraordinarias viviendo en la vida eterna, pero para conseguirlas hemos de saber que ya en la vida terrenal uno ha de contribuir con algunas cosas, lo que significa que esas cosas extraordinarias soñadas no caerán sencillamente del cielo. La vida eterna no siempre aparece ante la persona recién fallecida, la vida eterna es en efecto extraordinaria, pero antes hay que alcanzarla. Tan pronto como el alma es otra vez el ser espiritual, es decir divina, se reintegra en la grande y poderosa mecánica celestial, en el poderoso suceso creador del Padre eterno, cuyo espíritu inspira y espira ininterrumpidamente. En los planos celestiales se crean incansablemente nuevos soles y mundos, y todo lo que se ha incorporado de nuevo es cuidado por los seres divinos, pues en ello consiste, entre otras cosas, su actividad.

El Hogar eterno, el SER, es la meta de cada alma. Todo el Camino Interno que Cristo nos ha dado de nuevo en la actualidad de forma abreviada -a través de Gabriele, la profeta y enviada de Dios para nuestro tiempo- nos quiere dar la posibilidad de que volvamos de nuevo allí, al lugar de donde un día todos partimos. ¡Nos es mucho más fácil mantener viva esta meta, dice Gabriele, la autora de estas líneas, si sabemos que el Reino de luz de los Cielos, nuestro Hogar eterno, nos espera en lo profundo de nuestra alma. Cada alma que ha despertado anhela infinitamente volver a estar allí, en su hogar. Por eso es tan erróneo, banal y poco útil aspirar a la apariencia, al poder y a la riqueza, ya que todo eso pasará, y al final quedará sólo un alma pobre. Sin embargo un alma que se orienta a la vida eterna, es belleza, pureza, finura de carácter, generosidad y amor que todo lo abarca!

Mª José Navarro

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