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13 Dic

Estamos en campaña. Una historia de buenos y malos

La objetividad, ese tesoro perdido que dicen haber encontrado los que se muestran en posesión de la verdad es, a mi entender, simplemente un espejismo. Un quimera imposible, una tibieza que se reviste de lujo prohibitivo cuando analizamos el panorama político actual, condicionado por la inmediatez de los resultados y la necesidad de responder públicamente a las necesidad de un extremo ideológico.

Parto de una afirmación tajante, absolutamente personal, para pasar a defender que lejos de todo fatalismo, aceptar que la objetividad es una fantasía, es sin duda una gran oportunidad para el nacimiento de una ciudadanía responsable, crítica y constructiva. Aquellos que hablan desde la más absoluta objetividad y posesión de la verdad llevan en su discurso una carga ideológica de la que no pueden deshacerse, ni creo que deban, no debe ser la búsqueda de la comunicación en política la asepsia propagandística.
Vivimos momentos en los que la polarización ideológica da lugar a una práctica política efectuada con mucha más mesura de la que se usa para despertar las pasiones del pueblo. Las emociones más viscerales se convierten en el combustible sobre el que las campañas se formulan, se consolidan y terminan muriendo. Campañas llevadas a cabo con mejores o peores resultados, pero con unas consecuencia dramáticas para la sociedad: insatisfacción, rabia y frustración, he aquí los ingredientes del ciudadano al que se la ha arrebatado todo el poder creador.
En esta realidad, la solución más fácil, por efectiva e inmediata es convertir toda situación, y ante la menor oportunidad de despertar las pasiones dormidas, en una auténtica batalla de buenos y malos. De esta manera, los unos poseen la verdad y muestran pruebas objetivas sobre la misma, quizás apelando al victimismo, estrategia tan antigua como valiosa, conectando así con la legión de víctimas que representan. En el bando contrario, los otros buenos que hacen exactamente lo mismo. Forma parte de las reglas del juego y es una estrategia tan efectiva que hay partidos políticos que nacen exclusivamente de esta búsqueda por ser defensores de aquellos que están llamados a ser víctimas eternas de un trato injusto.
En esta continua guerra dialéctica, cualquier noticia es suficiente para comenzar una batalla sin cuartel por hacer prevalecer los argumentos de uno frente al otro. Una misma realidad es presentada de forma muy diferente en función del bando al que pertenece el que defiende el discurso. Lo que puede ser una buena noticia para los unos, para los otros se convierte en la demostración, una vez más, objetiva de un trato desigual e injusto. La rabia y la frustración de la ciudadanía se instrumentaliza para convertirnos un poco a todos y todas en objetos que lanzan contra el contrincante. Pero abandonando todo dramatismo, acepto que forma parte del juego, dentro de unos límites aceptables que, a mi entender, consiste en recordar que su trabajo como gestores de lo público debe ir más allá de la búsqueda de la confrontación por meros intereses partidistas. Aún así, soy consciente de que si la objetividad la presento como un imposible, esto ya se convierte en un cuento de hadas.
Este tipo de estrategias son válidas en cuanto que son efectivas para los intereses que se persiguen, ya sea justificar una guerra, volver a la opinión pública en contra de una determinada manifestación o seguir aumentando en votos. Sin embargo, se dejará de usar en cuanto la efectividad de estas estrategias se diluya frente a una ciudadanía que quiera conocer más allá de lo que se le vende como una verdad objetiva. Mientras existan diferencias ideológicas, estas guerras se perpetuarán, y en ambos bandos se mostrarán convencidos de la posesión de la verdad así como de tener la capacidad de aportar pruebas objetivas al respecto; pero no olvidemos que la existencia de diferencias ideológicas es la consecuencia inevitable de la libertad y esta lucha dialéctica, en el mejor de los casos, es conditio sine qua non para que el progreso de una sociedad sea posible.

Abraham Ramos Viera

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