Esta es la principal conclusión de un trabajo de investigación elaborado por los doctores Marcelino del Arco y Víctor González del Departamento de Biología Vegetal (Botánica) de la Universidad de La Laguna, que ha sido presentado hoy en Santa Cruz de Tenerife por la viceconsejera de Sostenibilidad, Guacimara Medina.
Este estudio, que forma parte del proyecto ClimaImpacto, cofinanciado por el programa MAC 207-2013 de la Comisión Europea, que ejecuta la Consejería de Educación, Universidades y Sostenibilidad, permitirá deducir con miras al futuro la distribución de los bosques en las islas de Tenerife y Gran Canaria en función de las variaciones del clima. También ayudará a detectar tanto las zonas más sensibles como las que tolerarán mejor las citadas variaciones del clima.
La investigación se fundamenta en la modelización de las zonas idóneas para el establecimiento de la vegetación actual en las islas reseñadas, a partir de las diferentes estaciones meteorológicas repartidas por ambas islas.
Los bosques tienen una crucial importancia ecológica y como sumideros de carbono, que en el caso de Canarias atenúan en un 11 por ciento los impactos producidos por las emisiones de CO2. El estudio considera las consecuencias en cuatro escenarios futuros en los que la temperatura media de cada isla fuese 1, 2, 3 ó 4 °C superior a la actual y la precipitación insular se redujese en un 5, 10, 15 o 20 por ciento, respectiva y simultáneamente.
También se considera un escenario pasado con la temperatura un grado (1ºC) inferior a la actual y la precipitación un 5 por ciento superior. Este escenario se correspondería teóricamente con la situación a inicios de 1900, puesto que las tendencias indican un aumento de la temperatura a un ritmo de casi una décima de grado por década y una disminución de la precipitación de un 5¿1, por ciento, por cada grado de aumento de la temperatura.
Estos modelos también permitirán detectar tanto las zonas más sensibles como las que tolerarán mejor las citadas variaciones del clima.
La conclusión general es que la vegetación propia de zonas secas se expande y la de zonas húmedas se contrae y que los bosques tienden a desplazarse hacia zonas más altas como adaptación al aumento de la temperatura. Pero hay excepciones como los bosques de las cumbres de Anaga, donde reside una de las mejores muestras de laurisilva de Tenerife, o los bosques de pinar de Inagua, en Gran Canaria, uno de los hábitats más importantes para el emblemático pinzón azul de esta isla.
Si el calentamiento se acrecienta en las cumbres, estos bosques no tendrán donde refugiarse y podrían transformarse profundamente en comunidades muy diferentes a las actuales dominadas por especies más resistentes al calor y a la falta de humedad.
La variación en el clima podría estar sucediendo a una velocidad superior a la capacidad de las especies para adaptarse, por lo que es posible que en un futuro deban acometerse medidas de gestión asistida para ayudar a los propios ecosistemas a sobrevivir. Organizaciones como UICN ya están elaborando directrices en este sentido para orientar sobre los casos prioritarios en los que intervenir.
Los resultados de este análisis son cruciales para organizar a medio plazo las acciones de gestión en cuanto a seguimiento de impactos, repoblaciones, colonizaciones y otras medidas de conservación, teniendo en cuenta las previsiones de cambio climático.