A Dios gracias, en el momento en el que se escriben estas líneas, Teresa Romero se encuentra bien y cuando sean publicadas casi seguro que estará fuera del Carlos III y me imagino que pavoneándose por los platós de las televisiones y siendo seguida por las cámaras cuando se persone en los juzgados para ver cómo denuncia a todo bicho viviente. Porque esa es otra, ella quiere demandar a Ana Mato y a Javier Rodríguez, pero olvida esta buena mujer que ella fue un verdadero peligro público yendo de un lado a otro con su enfermedad a cuestas, y no le importó entonces si unos compañeros de oposición, su marido o las peluqueras podían o no contagiarse el ébola.
Y estoy casi por aseverar que a más de uno le habrá sentado como un tiro la recuperación de Teresa Romero porque les hubiese gustado, en el fondo, haber montado algaradas en las calles de Madrid para dedicarse a su hobby favorito, el destrozo indiscriminado de mobiliario. Hay una cierta parte de la sociedad española que está tan enferma que sólo desea que suceda alguna desgracia para, lejos de buscar soluciones, plantarse en la vía pública para quemar las calles, tanto en sentido figurado como en el literal.
En cambio, cuando hay diez muertos reales en Cataluña, las motivaciones cambian de acera y entonces cae sobre esos cadáveres el manto del silencio informativo. A más de uno se les ve el plumero. ¡Menuda jeta! A veces, el peor virus es esa manipulación que intenta propagarse por las radios, las televisiones o los periódicos, poniendo con datos sesgados a la audiencia a favor o en contra de una causa.
Juan Antonio Alonso Velarde