Pero las analogías, los programas humanos de nuestro prójimo que adoptamos, son lastre que tarde o temprano tendremos que superar o purificar, y si no es así, entonces habremos de expiar sus consecuencias. Siendo imitadores nos alejamos de nosotros mismos y dejamos de cumplir con las tareas y posibilidades de nuestra existencia terrenal, o las cumpliremos sólo en parte. Estaremos entonces atados a la persona cuyos programas hemos copiado, y ella también a nosotros en la medida en que de alguna forma haya sacado provecho de ello, aunque lo hiciera tan solo aceptando la energía que le proporciona la admiración que le profesamos.
Muchísimas personas están atadas y atrapadas en su telaraña y también en la telaraña de otras personas. Tan sólo cuando reconocemos nuestra dependencia, nuestra atadura, puede fluir alguna ayuda espiritual que nos ayude a liberarnos paso a paso a través del camino de la purificación. En el libro "El Camino Interno. Peldaño de la seriedad", de la editorial Vida Universal, encontramos palabras como las siguientes: "El ego de una persona sólo podrá influir a sus semejantes hasta que éstos dejen de rendir tributo al suyo propio, y eleven su conciencia cada vez más a Dios. La forma más rápida de que lo inferior abandone al ser humano, es que éste se confíe a Dios en cada situación".
Con nuestra herencia pecaminosa hemos cubierto nuestra herencia divina, de modo que ya no somos conscientes de quienes somos en realidad. Pero no hemos perdido lo divino en nosotros aunque lo parezca, lo que hemos hecho ha sido recubrirlo una y otra vez por medio del pecado. Para quien considere su mundo de apariencias como realidad, su herencia pecaminosa es la verdad que él ve como lo supremo. Eso lo denominamos entonces "nuestra vida", que consideraremos como algo valioso y que defenderemos a toda costa.
Del libro: "Yo yo yo. La Araña en la telaraña"
José Vicente Cobo Román