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15 Oct

La Laguna: globalización, consumismo vacuo y elitización

Muchos laguneros estamos mosqueados con los cambios y transformaciones que viene sufriendo nuestro querido centro histórico. Desde que allá por 1999 fuera declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO y muchos nos ilusionáramos con la idea de unas calles peatonales que proporcionaran un ambiente que se asemejara al "casco viejo" de Pamplona o Vitoria, la realidad, tristemente, ha sido otra. O quizás la idea que uno tenía de estos lugares como turista impedía ver que para un residente esa imagen no es tan idílica, y la realidad era la que es.

Si uno mira el trasiego de personas un sábado o un domingo por la mañana por las calles del centro de La Laguna puede pensar fácilmente que el proceso de cambio del casco lagunero ha sido un éxito, que es un lugar excelente para la apertura de nuevos negocios, para el disfrute de toda la familia, para ir de compras, etc.

En cambio, a mi todo este proceso me está causando nausea y rechazo, me está alejando de la ciudad (y no soy el único al que le sucede). Esta mutación a ciudad con multitud de lugares comunes, de franquicias, de tascas de tapas y cañas, ha convertido a un casco histórico con sabor propio, con identidad propia (quizás depauperada y rancia, pero auténtica), en un centro comercial al aire libre al que solo falta por ponerle a su entrada un letrero de neón que le dé nombre cual Alcampo o Carrefour.

Hace años uno se enorgullecía del tiempo record en que una franquicia como Pans and Company cerraba sus puertas en la calle Carrera al no poder competir con los usos y costumbres de la sociedad lagunera. Hoy en día el fenómeno es contrario, no hay semana que no aparezca un negocio de este tipo o de otros que quieran meter con calzador formas importadas de hostelería y ocio. Ahora parece más chachi tomarse un yogurt helado que un jugo de fresa naranja, o comerse un shashimi en vez de una arepa.

No es que esté en contra de que se abran locales que proporcionen cierto aire fresco y que hagan espabilar a muchos negocios secularmente decrépitos, sino que la invasión de esta nueva forma de consumo solo puede llevarnos a la desnaturalización y la pérdida de personalidad. Los hábitos de consumo no se imponen en una década o en un lustro, es más, no se imponen, son cambios que tienen que ir de la mano de la sociedad, interiorizados por todos, del transcurso normal del tiempo.

La mercantilización del ocio, el consumismo exacerbado, la frivolización de las relaciones sociales no es más que el producto de una globalización que nos engulle y nos convierte en clones de los epicentros capitalistas generadores de modas y marcas. Que sea una empresa privada la que gestione el devenir del casco histórico de La Laguna, con lo que ello supone de búsqueda de beneficios a cualquier precio, y que las políticas neoliberales proporcionen, mediante medidas como la declaración de Zona de Gran Afluencia Turística, las herramientas para favorecer su continuidad, nos van a llevar a la perpetuación de este proceso que, entre otras cosas, está provocando la elitización de una zona que en otros tiempos (desde el S. XVI hasta principios del XX) era residencia de clases populares, y de cuyos ejemplos arquitectónicos solo quedan un puñado de casas terreras.

Cuando uno observa el paisaje urbano del casco lagunero no puede quedarse en la superficie y limitarse a valorar la afluencia de gente. Debería pararse y pensar si esta es una ciudad para vivir o para visitar. Si los que trabajan en los negocios que se mantienen abiertos todos los días de la semana lo hacen de forma digna, con salarios y horarios decentes. Si el pequeño comercio familiar de toda la vida, valedor y víctima de este proceso, puede competir en igualdad de condiciones con otros negocios franquiciados. Si de verdad la única forma de tener ocio es consumiendo sin escrúpulos, puliéndonos el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos. Si además (o en vez) de bares y tiendas deberían existir espacios donde la cultura pueda ser accesible a todo el mundo, donde puedas pasar el domingo jugando con los niños mientras tienes la opción de ver una obra de teatro o asistir a una conferencia sobre nuestra actualidad política y poder leer relajadamente mientras charlas con personas sobre temas que nos incumban a todos, sobre la realidad social que nos rodea y no sobre cualquier tema que nos aleje de ella.

No puede ser que el casco de La Laguna sea punto de paso del tinerfeño medio y que la residencia sea una exclusividad de la clase media mientras el resto de la ciudad es abandonada a su suerte. Otra vez, otro proceso de elitización, quizás no al uso (ya casi no quedaban clases populares el centro de La Laguna a las que desplazar antes de 1999), pero sí queriéndolo convertir en algo reservado para nóminas copiosas (o simplemente nóminas, en los tiempo que corren), o lo que es peor, para una nueva aristocracia.

El problema es que La Laguna, su centro histórico, se convierta en un no-lugar, término acuñado por el antropólogo francés Marc Augé que define aquellos espacios físicos que están deshumanizados, por donde las personas pasamos de forma transitoria, sin identidad, de forma anónima, sin vínculos directos con el espacio que estamos ocupando en ese momento......como un centro comercial.

Eligio Hernández Bolaños

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