No hay que dejarse engañar por beaterías hipócritas de las que se leen en más de un epitafio y que más o menos dicen así: "Fulano reposa junto a Dios", "Sutano ya ha hallado la paz", o "Mengano ha sido redimido tras largos sufrimientos". No crea tampoco en los sonoros sermones del sacerdote que ante la tumba del fallecido ponen al teatral punto final, diciendo con voz elevada y repetida cantinela: "Dios ha devuelto al Hogar a Fulano de tal. Polvo eres y en polvo te convertirás. Que descanse en paz" o parecidas palabras enfáticas para consolar a los parientes del difunto.
Pero ¿qué dirían los parientes del difunto si sobre éste se dijera que sus obras no sólo le persiguen, sino que también están grabadas en su alma? Porque así es. Y de acuerdo a la ley de Siembra y cosecha y a la correspondiente causalidad, llegarán a producir sus efectos. Pero esto ya se había trasmitido a la humanidad, pues en el Apocalipsis de San Juan está escrito: "Luego oí una voz que decía desde el Cielo: dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí, dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras les acompañan". Pero ¿cuáles son esas obras que acompañan al alma?, ni más ni menos que los malos actos de las personas que todavía están esperando ser purificados. Es así de sencillo: ¡tras el fallecimiento del ser humano, el alma es lo que antes fue su ser humano!
También después del responso se oye decir como consuelo: "A esta persona la conocía desde hace mucho tiempo", pero tengamos en cuenta que ningún ser humano puede ahondar totalmente en otro, tampoco un cura. El ser humano es un ser ambiguo que en muchas situaciones habla desde su otra cara, es decir falsamente. La mayoría de los seres humanos no son siquiera conscientes de ellos, porque la mayoría no se conoce a si mismo, no profundizan en lo que está discurriendo detrás de sus formas de comportamiento. Pocos hacen el esfuerzo de investigar sobre su forma de ser recóndita y su ambigüedad preguntándose: ¿quién soy yo realmente?. La mayoría de las personas viven en el autoengaño, es decir irracionalmente. Vegetan y dejan pasar los días suponiendo erróneamente que son mejores que sus semejantes.
Del libro: "Horror astral"
Teresa Antequera Cerverón