Con este tipo de abono, que consta sobre todo de excremento animal, las bacterias multiresistentes van a parar al suelo agrario, y de allí a la verdura. De hecho existe un interesante estudio publicado en Seyen, en el que algunos científicos estadounidenses de la Washington School of Medicine, compararon los genes de bacterias tomadas en 11 superficies agrarias con las bacterias resistentes del ADN, constatándose que algunas bacterias del suelo, que en sí son inofensivas, en parte se habían convertido en resistentes a cinco clases de antibióticos. Por si fuera poco los genes resistentes de estas bacterias eran idénticos a los genes de los gérmenes resistentes a los antibióticos. Básicamente la tierra es un buen caldo de cultivo de gérmenes resistentes, porque en la tierra hay bacterias de estreptomicina, que son bacterias que producen por su parte sustancias antibióticas, y por eso es posible un intercambio de genes.
Los animales enferman debido a las condiciones en las que se mantienen y crían. Más tarde las enfermedades regresan al ser humano, que no las puede vencer con antibióticos porque, debido precisamente al uso de los mismos en la ganadería, se han vuelto inmunes.
Ya sea una fatalidad, una casualidad o un desarrollo fatal, de lo que se trata en el fondo es de una legitimidad, es decir de la ley de Causa y efecto, que Jesús de Nazaret ya definió como «aquello que siembres cosecharás», una ley que tiene validez universal. De hecho la transmisión al ser humano de gérmenes resistentes a través del consumo de carne no es ninguna casualidad, sino que prácticamente viene a ser el efecto de las causas creadas por nosotros mismos por el abuso sin piedad de los animales.
Teresa Antequera Cerverón