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17 Ene

Siempre he tenido una especial querencia por el filósofo polaco Zygmunt Bauman. Hace año y medio tuve el inmenso placer de saludarle y escucharle en Agüimes, dentro de las Jornadas de Familia y Comunidad. Me pareció una persona entrañable, sencilla, cálida, de una rigurosidad intelectual aplastante. Contactamos con él y desde el primer momento aceptó venir a Gran Canaria a participar en el proceso sociocomunitario que se vive en esta Villa desde hace ya quince años. Vino y llenó el Auditorio municipal. Y nos dejó el regusto amargo de la verdad que no queremos reconocer. El lunes pasado, lamentablemente, se ha apagado su voz porque falleció en el Reino Unido. Nos quedan sus palabras. Dedico mi reflexión de esta semana a homenajear a un referente intelectual y moral de los últimos sesenta años y acepto, expresamente, su sentencia de que no podemos ser personas realmente libres, en la sociedad globalizada y capitalista que domina la estructura mundial, sin desarrollar un pensamiento crítico que descubra las servidumbres y ataduras que nos deshumanizan.

En medio de la presión de la tarea diaria en el Cabildo de Gran Canaria, dudaba entre varias cuestiones de máxima actualidad para compartir con ustedes. Al final decidí aprovechar esta oportunidad para reflexionar sobre nuestras contradicciones cotidianas, a la luz que Bauman nos ofreció y que mantiene viva en todas sus publicaciones y, de paso, valorar la importancia de los intelectuales, de los pensadores que describen la situación real que padece una buena parte de la población y las causas, la mayoría invisibles, que condicionan la evolución económica, social, ideológica y política de todos nosotros.

No está de moda pensar y menos hurgar sobre lo que nos está pasando. Y esto no es bueno, porque si hay algo que nos debilita como sociedad es la falta de un pensamiento colectivo. Nos hemos encerrado en un individualismo feroz y solo llegamos a proyectar lo que nos interesa de manera personal o, como mucho, familiarmente. Nos han arrinconado en un individualismo que nos fuerza a estar a la defensiva, rompiendo todos los vínculos y las identidades comunes. En las sociedades postmodernas que describe Bauman, la presión del consumismo y del pensamiento globalizado, bloquea y destruye la identidad colectiva. Las sociedades se hacen "líquidas" en la medida en que las convicciones, los valores, las seguridades, las ideologías... se fracturan y se derriten, generando una enorme incertidumbre en todos nosotros. Por eso algunos caracterizan las sociedades en las que vivimos como sociedades del riesgo o del desconcierto.

En su encuentro con las personas que acudieron a las jornadas de Agüimes, Bauman insistió en profundizar en los temas en los que había venido trabajando en los últimos tiempos, fundamentalmente en la precariedad y la incertidumbre que conforman la esencia de la sociedad líquida moderna, en contraposición a los estados-nación que debían su existencia a garantizar la seguridad de sus habitantes.

Para este pensador polaco hoy todo gira alrededor de una inseguridad que nos aboca a un individualismo que bascula entre la ansiedad y el hedonismo. La precariedad y la falta de trabajo condicionan el desarrollo de la persona, quiebran su dignidad y la somete al miedo a la exclusión: nada es para siempre; todo es caos; la flexibilidad y la inestabilidad laboral permean todas las áreas de la vida; las frustraciones se hacen patentes en todas las facetas humanas; tenemos que recrear nuestra identidad cada día; los jóvenes se tienen que enfrentar a un mundo distinto al de sus padres y apenas pueden aspirar a conseguir su nivel de vida...

Esta situación de interinidad permanente contribuye entonces a quebrar la respuesta y el amparo de la familia, que deja de ser una referencia para muchos. Aumenta el miedo a comprometerse, se establecen marcos de relaciones más frágiles...Y en el momento en que los hijos están adquiriendo su bagaje ante la vida pierden los asideros y pasan a depender de su capacidad innata para sobrevivir. Se favorece también así la rivalidad y la competencia y no la solidaridad, hasta consolidar una época en la que prima una ética de bajo compromiso.

Aparece y se potencia entonces el concepto de la felicidad ligado al consumo como un deber moral. La publicidad invade nuestro entorno y nos reafirma en que tener más nos hace estar por encima de los que nos rodean, de que tenemos que ser individuos irrepetibles. Y nos topamos de bruces con la desigualdad. Se hace más visible la realidad de que la gente vive en condiciones muy diferentes. La capacidad de cooperar con los demás se desvanece. Los centros comerciales son como farmacias y ofrecen soluciones hasta para problemas psicológicos y sociales. El camino hacia el reconocimiento social se traza a través de las tiendas. Consumir se convierte en un tranquilizante moral que ayuda a acallar las conciencias, a justificar la competitividad sin tino que termina justificando la desigualdad que se potencia con la incertidumbre y la competencia incontrolada, el poder y el dinero. A medida que la negligencia moral crece en alcance e intensidad, la exigencia de analgésicos asciende imparable, y el consumo de tranquilizantes morales pasa a ser una adicción. Y alcanza a las clases medias, suspendidas en el aire, que se asimilan al precariado y que ya no es un reducto de la sociedad, un trastorno de la normalidad, sino de un fenómeno cada vez más en auge...

En aquella charla, Bauman fue contundente al afirmar que la política y el poder se han disociado, que la política ha dejado de tener autonomía para cumplir sus promesas y que si no nos gusta el destino de las cosas debemos hacer por cambiarlo. Aunque era un socialdemócrata convencido, considera que la política de los partidos socialdemócratas se ha articulado a partir del principio de que aquello que vosotros (el centro derecha) hacéis, nosotros (el centro-izquierda) podemos hacerlo mejor; se olvidan de que la gravedad de la crisis tal vez sea el resultado de la intensidad de la desregulación, pero la dureza y la acritud de sus efectos humanos continúan estando firme y tenazmente controladas por el factor de clase. Ya no está para contárnoslo, pero nos queda una obra ingente para no renunciar a aprender, a ser críticos, a luchar por cambiar las cosas.

De su trayectoria científica y personal yo destacaría dos conclusiones prácticas. La primera es que la reflexión supone un arma indispensable para recuperar nuestra capacidad de ser personas, en el enorme ruido mediático, informativo, virtual, al que estamos sometidos. Tenemos más información que nunca y estamos más perdidos que nunca. No basta con saber mucho de casi todo si no ordenamos, priorizamos y analizamos esa información. Y sobre todo, si no buscamos los contextos, los intereses, los poderes que explican los hechos, las contradicciones que sufrimos. Bauman nos ayuda a confirmar que no hay información neutral y que en la aldea global asistimos a un enfrentamiento brutal entre una minoría con poder mundial y una inmensa mayoría a merced de ese poder.

La segunda conclusión que nos vale para la tarea colectiva en la que estamos comprometidos, es que ante el vendaval globalizador, es urgente anclarnos y echar raíces generando una complicidad con quienes vivimos y compartimos condiciones de vida, identidad cultural, valores y necesidades. Tenemos que ser de alguna parte para tener una voz original, humana, significativa y que no sea mera repetición o eco de lo que desean las terminales del poder económico, mediático o político. Por eso, estamos muy comprometidos en afianzar el sentido de pertenencia a una sociedad insular como es Gran Canaria y a una nacionalidad con señas propias como es Canarias. Lejos de encerrarnos en nuestra realidad, es la plataforma que nos permite construir respuestas adecuadas a los problemas graves que padecemos.

Antonio Morales Méndez

Presidente del Cabildo de Gran Canaria

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