Piense que el estómago no tiene dientes. Él transforma los alimentos solo con la musculatura y los jugos. Una forma de masticar consciente y lenta no solo lleva armonía a su estómago, sino también a los demás órganos que están conectados con él, igual que a su corazón y a la circulación sanguínea. Cuanto más grandes sean los trozos que el hombre pone con prisa en la boca y que mastica poco y rápido, tanto más se excita el estómago, el hígado, el bazo, el intestino grueso y el delgado. El estómago, que intuye la llegada de una gran cantidad de alimento poco masticado, ya se prepara impaciente para recibirla.
Cuanto más llena esté la boca, y cuanto menos mastiquemos, tanto más saliva producirá el cuerpo de forma inarmónica, lo que impulsa a tragar rápidamente aquello que aún está a medio masticar y ensalivar. El estómago, que percibe los movimientos del masticar inarmónicos, se comporta de forma tan inquieta como la mandíbula, el paladar y el flujo de saliva. Si entonces la cantidad exagerada de alimento es tragada a medio masticar, estos dones de Dios son digeridos tan inarmónicamente por los músculos y jugos gástricos como anteriormente por la boca. Entretanto el paladar ya pide el siguiente bocado, el cual recibe del hombre incitado por la gula, y el proceso se repite. Lo que se prolonga hasta que el hombre siente una presión en el estómago que le indica: «Ya está bien, ya no alcanzo a cumplir mi misión de digerirlo todo». Esta presión es percibida por el tragón humano, que la ignora y que además añade un vaso de cerveza o vino con la misma rapidez con que fue devorada la comida.
La repercusión de todo ello no es que solo se ha sobrecargado el estómago, sino que también se ven afectados los órganos relacionados, los que ya no son capaces de acoger lo que el estómago ha producido con prisas. Se rebelan. A causa de ello frecuentemente los alimentos se quedan durante un tiempo excesivo en el cuerpo, se forman gases que vuelven a hacer presión sobre los órganos, principalmente el corazón.
Con el transcurso de los años los órganos se cansan por una constante y exagerada actividad, con ello el hombre a menudo hinchado, adquiere un aspecto desagradable a causa de un organismo debilitado prematuramente. ¿Cómo se comporta entonces el hombre enfermo, ignorante? Va al médico que le prescribirá medicamentos que el paciente toma sin pararse a pensar, sin saber que en ocasiones más que curarle le perjudicarán. Sin embargo los toma animado por el deseo de sanar pronto, sin reflexionar de dónde proviene el malestar físico.
El hombre no puede reconocer las causas de sus interacciones. Millones de personas tragan vorazmente y no saben de dónde les vienen los diversos males. El Espíritu de Dios siempre ha intentado dar aclaraciones a la humanidad, a través de la profecía actual se ha manifestado que cada causa produce su efecto. La humanidad sin embargo pocas veces ha escuchado las advertencias de estas voces provenientes del reino espiritual.
José Vicente Cobo