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16 Feb

Por la incorporación inmediata del síndrome del trabajador quemado en el cuadro de enfermedades profesionales

El pasado 1 de enero de 2022 entró en vigor la última revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). Supone la consideración del síndrome de desgaste profesional ("burnout" en CIE-10) como un problema relacionado con el trabajo. Hasta esta revisión, el "burnout" estaba incluido entre los "problemas relacionados con la dificultad en el control de la vida" (Z73.0), dentro de la categoría genérica de "personas que entran en contacto con los servicios sanitarios en otras circunstancias".

Con la nueva clasificación, el síndrome de desgaste profesional se incluye en el capítulo 24: "Factores que influyen en el estado de salud o el contacto con los servicios de salud" dentro de la subcategoría de "problemas asociados con el empleo y el desempleo" y es codificado como QD85: Síndrome de desgaste ocupacional.

En una carta enviada a la ministra Yolanda Díaz, hemos solicitado que se reconozca de manera inmediata esta patología, tal y como dictaminó el 25 de mayo de 2019 la OMS. Esta organización dio un plazo de 18 meses para adecuar a la legislación de cada país dicho reconocimiento de enfermedad profesional e incorporarlo al cuadro de enfermedades profesionales. Desde CSIF recordamos al Gobierno que lleva un retraso de más de un año para adaptar a nuestras leyes la decisión de la Organización Mundial de la Salud.

La Fundación Europea de Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound) afirma que uno de cada cinco empleados sufre síndrome del trabajador quemado en Europa.

El 43% de los profesionales españoles tienen cierta sensación de agotamiento o fatiga laboral, siendo además el 70% de estos profesionales los que afirman que se trata de una sensación que ha aumentado desde la pandemia de covid-19, el según la Guía del Mercado Laboral 2022.

El síndrome del burnout afecta al trabajador mediante un agotamiento emocional, físico y psicológico. Este síndrome es básicamente consecuencia de la exposición a unas condiciones organizativas nocivas. Se trata de un caso muy común en profesiones con grandes responsabilidades y alto nivel de interacción con los usuarios, tales como la sanidad, la docencia o la seguridad. Entre sus consecuencias más significativas destaca el gran desgaste emocional, la despersonalización del trabajador y el autohostigamiento, que se manifiesta en la pérdida de confianza en las propias capacidades.

El Gobierno sigue sin dar a esta enfermedad el reconocimiento que merece y que establece la OMS, a pesar del grave impacto psicológico sufrido por numerosos profesionales en esta pandemia y los elevados índices de bajas laborales por estrés en nuestro país. Tras 26 años desde la aprobación de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales siguen siendo los riesgos psicosociales la asignatura pendiente, tanto en su evaluación como en su intervención en los centros de trabajo.

Jesús M. Díaz Lorente.

Delegado del CSIF

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