Estamos locos, ahora tu oro...cumplimos lo que otros prometen ¡ven!, te lo pagamos al precio de mayorista (en letra verde), actualizamos los precios 3 veces (en rojo) al día. Nadie te paga más. Al dorso de esta hoja destinada a la parroquia se ven dos tugurios en la zona de la excelencia con estrellitas en blanco y remata con la frase que no tiene truco: dependiendo de calidad y cantidad, ojo y al final del todo y con asterisco como llamando la atención: reservamos el derecho (...) de cambiar esta oferta en cualquier momento.
Así de crudo y sin que nada ni nadie multe o le llame la atención a esta golfería, presunta, por ensuciar la vía pública. Como hace años se lleva practicando el señuelo de la prostitución aunque las autoridades de las cinco estrellas no se hayan enterado, a pesar de que todos tuvieron que quitar de las escobillas del parabrisas de sus máquinas la oferta del putiferio por si las moscas y se entera la oposición o la esposa.
Lo que me molesta es que se consienta este comercio de trileros que engañarán a los incautos, despojándoles de un anillo, una medalla o un zarcillo de siglos heredado con cariño desde hace varias generaciones a cambio de un precio inferior a lo decente. Mercachifles a los que habría que expulsar – sobran más de un millón aquí – por mentirosos, por corruptos y por abusadores. Seguramente, no lo sé ni me interesa demasiado, son foráneos, pero si son isleños con más razón habría que enviarlos a los manglares o al frío de la simpática Alemania, para que intenten recordar la gélida añoranza de los barracones de las fábricas.
Surge la pregunta, ¿declararán estas impolutas empresas lo que compran y lo que venden...? lo dudo. O sea que recaemos en los errores pasados. Aunque ahora lo tienen más fácil con lo que se viene llamando ¡amnistía fiscal!, hasta que el pueblo llano se acostumbre. Todo llega. Hasta que nos detengan por ir a una manifestación o convoquemos a otros. Sin embargo, tirar al suelo papeles obscenos que también llaman al latrocinio y al abuso, que ensucian las calles que ahora están limpias, se llenen de basura. Y siguen ahí, los mercaderes. dentro de sus zocos de compra de oro, como capataces de garinpeiros. Y mucho cuidadito con pisar la raya amarilla porque lo multan, amable conductor. Bueno, depende de quién sea el que maneja el coche, todo hay que decirlo.
Imagino a una señora, tal vez abuela, que entrega a cambio de un dinero (...) una medalla con su virgen más querida, un broche que lució en su juventud, unos aretes heredados...para ayudar a su nieto a pagar una multa (...), despojándose de algo mucho más querido que el oro, más culto, más humano. Esto es una casa seria, dice el mercachifle, igual que una meretriz, mientras la anciana venerable se marcha sintiéndose engañada otra vez. Otra vez.
Y los trabajadores que limpian las calles recogiendo este derroche de poca vergüenza consentida y seguramente legal, como si no tuvieran bastante con las colillas y las bolsas de papas – ambos productos foráneos - que tiran al suelo los mal educados (y las mal educadas) consumidores/as. Que muchos/as portan aretes y piercing de oro que, de momento, no piensan venderlo.
Sobra un millón. Y no hablo de oro.
