Pasados los siglos a algunas de estas mujeres se las beatificó y santificó. Dos de ellas, Teresa de Ávila y Catalina de Siena son las nombró doctoras de la Iglesia, cuando realmente fueron profetas de Dios. Estas portavoces de Dios, a pesar de la mordaza eclesiástica, expresaron palabras claras dirigidas a la casta sacerdotal, algo común a todos los verdaderos enviados de Dios del Antiguo Testamento y también a Jesús de Nazaret. Sabemos que Teresa de Ávila dijo: «Es bien cierto que temo más a aquellos que tanto temen al demonio que al demonio mismo, porque este no puede hacerme nada, empero aquellos siembran cizaña, especialmente si son padres confesores». De Catalina de Siena se sabe que dijo: «Hay que limpiar la Iglesia hasta sus fundamentos». Ella acusó a los clérigos de traición, y puso al descubierto irregularidades por cuyo motivo se vio confrontada con fuertes hostilidades. Si usted como lector se pregunta si las valientes palabras de estas mujeres sirvieron de algo, la respuesta es no.
La alemana Hidelgarda de Bingen fue canonizada con posterioridad, santificada y declarada también doctora de la iglesia. Fue una mujer sin pelos en la lengua y un verdadero azote para la casta sacerdotal. Ella se dirigió a los sacerdotes de la ciudad de Colonia diciendo: «Todos los profetas han preferido perder su vida a desatender su elevada tarea. Y vosotros, insensatos, estáis acumulando sufrimientos indecibles para el futuro, por mantener ahora vuestra tranquilidad sin ser molestados. Avaricia, riqueza y placeres, bajo estos signos está vuestra vida». Valientemente dirigió las siguientes palabras al Papa Anastasio IV: «Tú, oh hombre que estás sentado en el trono papal eres uno que desprecia a Dios». De estas palabras se deduce que Hildelgarda no veía al Papa como a un representante de Dios, tampoco a los sacerdotes, lo que fue un denominador común en estas tres mujeres.
El motivo por el que estas mujeres no fueron finalmente excomulgadas incluso ejecutadas lo podemos imaginar, ambas decisiones hubieran perjudicado aún más la imagen y los intereses de la propia Iglesia. Estimado lector en base a lo expuesto saque usted sus propias conclusiones.
Mª José Navarro