Aquí no hay mosquitos ni altas temperaturas, prosigue el ministro al salir ataviado con un sencillo albornoz de felpa de una playa del país, ubicada en la provincia oriental donde gracias a dios no se ha quemado monte. Lógico, piensa el fotógrafo que le acaba de inmortalizar cual sirenio, acercándole el protector de piel blanca y las pinzas de depilar bigotes afortunadamente talado. Fue un desliz de juventud.
Después del baño reparador y sin que medusa alguna le haya rozado, encamina sus pasos a un chiringuito y pide una hamburguesa al camarero italiano que defiende la barra y una caña, alemana, ojo; al tiempo que el dueño inglés reconoce su inconfundible acento y se acerca a saludarle. ¿Jagüaryú?...¡very well, very well!, responde mi futuro presidente con ese inglés de universidad privada y americana, privado, sorry, de poder entenderse con el guiri. Tiene varios master, no como Rivero que solo es maestro de escuela, ya está bien. ¿Algo de postre, sir?, no, si acaso un te a eso de las cinco, ji ji...
Bueeeeeno..
Lo anterior es real como la vida misma del ministro (no se lo cree ni él), por lo que pasemos a lo imaginario: Canarias vive del turismo y un enorme porcentaje de los que nos visitan son extranjeros. Es decir que si ellos, los que vienen de fuera, siguieran los consejos de mi futuro presidente se quedarían en sus países de origen y no vendrían a Canarias, por lo que quedarían los nacionales (esto le gusta bastante a don José Manuel) y no sé que sería de nosotros. Un fallo que se le puede perdonar, porque es ministro. Cada cual en su casa y dios en la de todos, que dirían los obispos a los que no se la ha escuchado nada o muy poco, muy poco, referente a la miseria rampante y que ellos y sus sectas han sido colaboradores directos( el nivariense sabe algo de incendios) y el de allá sabe que el pino es el de la virgen, el resto es masa vegetal que ni siente ni padece, ¿vale?, si, dice el fotógrafo que continúa detrás del ministro que, como aún no es la hora, acepta una copita de champaña francés, por supuesto, cortesía de la casa. El toque español lo pone un freganchín vecino de María la de Jinámar.
De manera que este año y los próximos hasta que la cosa amaine – que ocurrirá cuándo quieran los que quieran – hay que quedarse por acá o, como mucho, ir a península (obsérvese la moderna eliminación del artículo) que tiene un berberecho sin arena que da gusto, unas fabadas en ese norte que se queda uno repimpando, el vino, ay el vino de la ribera del Duero, ay; un cochinillo que es como mantequilla, y un cordero lechal que hasta mi Concha lo come y no tiene dientes; una crema catalana con azúcar quemada que me hace recordar a las natillas de antes; y esas paellas que casi no tienen sino cáscaras de lapas pero que se repite porque los camareros tienen mucha letra menuda, a ver si me comprende, una tabla de ibéricos y unos dulces muy dulces que dejan en ridículo a los del país nuestro...¡qué se yo!¡de todo!. Turismo cultural, dónde una/o conoce gente que baila bastante bien y a los que le encanta nuestro acento y el modo de caminar isleño.
Todo muy heterogéneo, como la crónica de este verano brutal y contradictorio. Como Zoria (con Z, del zorro) que será sin duda mi futuro presidente de las Canarias todas. Ya tiene parte del terreno, perdón, abonado y a Paulino – ya se dijo – rendido a la evidencia de la constatación que comprueba ahora, precisamente ahora, que caimán no come caimán y que sus compañeros de viaje eran lo que son. Demasiado tarde. Y entre sus teóricos correligionarios hay muchos sorianos, tan reaccionarios y tan de derechas como el ministro de felpa. Más clavos pa mi cuerpo, decía mi abuela. Y es, era, verdad: Clavijo. Otro mediocre suave que dicen que será el futuro lugarteniente del comandante y que está asesorado por Hermoso: el futuro. La noche y el día en blanco.
Y es que Aguere, La Laguna, es patrimonio mundial, como lo es (quiero creerlo) La Gomera, antes y ahora.
Y ya son las cinco en punto, dice el ministro de turismo, es la hora del te. Que sea británico, please.
