Sin embargo, en una sociedad consumista como la actual, donde sólo nos quedamos en el detalle nimio, en el 'fast food' de usar y tirar, sólo nos paramos a valorar la superficie, el envoltorio, pero no somos capaces de mirar más allá del paquete. A veces, desgraciadamente, ni nos molestamos en deshacer el lazo, juzgamos apriorísticamente y nos quedamos tan anchos. En ocasiones, más que personas, parecemos autómatas de Facebook, todo el día etiquetando: la guapa, la fea, la alta, la baja, la flaca, la gorda... Todo un despropósito y un atentado a la razón.
Todas las personas son bellas en sí mismas, lo único que hay que hacer es saber mirar en su interior. Podemos convenir que a todos nos llamaría la atención un chico o una chica rubia, alta, bien proporcionada, con unos ojazos azules y una expresión angelical. Sin embargo, eso es quedarse precisamente en la superficie, no saber ir más allá. Lo que sucede es que la publicidad y la tiránica moda de alto standing prioriza una serie de valores que la gente compra sobre la marcha, sin pensar en que la naturaleza de cada persona es muy diferente, pero no por ello tienen menos atractivo, sólo hay que saber buscarlo.
Por eso, siempre es un alivio observar como determinados anunciantes comienzan a apostar por esas personas que son de verdad, gente como la que podemos encontrarnos por la calle, en el transporte público, comprando en el supermercado. Cualquiera de esos hombres y mujeres anónimas que nos podemos topar a diario pueden ser para nosotros las más bellas del Universo porque no sólo el físico es lo que debe empujarnos a valorar a una persona, sino que hay otros factores personales, intangibles e intransferibles. Sólo hay que saber hacer el tránsito del exterior al interior, lo que además, sin duda, nos ayudará a crecer y evolucionar mentalmente como personas.
Juan Antonio Alonso Velarde