Viernes, 29 de Marzo 2024 

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25 Nov

Anda contento mi amigo Celedonio porque, según él, la juventud se está enderezando, lleva un tiempo observándola y ha concluido que la habilidad que demuestran con el dedo gordo no puede ser otra cosa que fruto del adiestramiento para el ordeño. Debe ser, prosigue Celedonio, que están recibiendo cursos acelerados para el manejo de los animales y, por extensión, de la agricultura, toda vez que el trabajo asalariado por cuenta ajena escasea, y la única solución está en volver al campo. Por eso, la juventud, que ahora llega hasta los cincuenta y pico años por lo menos, anda siempre practicando con el cacharrito ese que llevan a todos lados. Está ensimismada dándole al dedo gordo, presionándolo sutil y velozmente contra el cacharro con la intención de convertirse en expertos ordeñadores de cabras, vacas y/u otro animal con ubre que se precie. Por lo visto, tal es la afición que le han cogido a practicar con los dedos que se ha convertido en una obsesión, en una manía y, hasta casi, en una enfermedad. Incluso, hay quien se lleva el cacharro a misa y sigue practicando mientras rezan, no paran, y lo primero que hacen cuando llegan a clase es ponerlo encima del pupitre y no se enteran de nada. Está claro que han nacido para eso.


Lo que no entiende mi amigo Celedonio es por qué los teóricos de la Escuela de Frankfurt siguen afirmando que la industria cultural ha logrado un nuevo aparatito estrella para convertir a la masa, que ya era bastante imbécil, en más masa si cabe, toda vez que ha logrado poner en sus manos el dichoso cacharrito para engancharse a la bobería, la superficialidad, la basura cultural y no sé qué otras cosas.
Ahora bien, tampoco entiende Celedonio que habiendo ordeñadoras automáticas con tanque de frío incluido que te ordeñan hasta seis cabras a la vez, la juventud pretenda volver al ordeño manual. Ni tampoco entiende por qué al cacharro lo denominan móvil, iphone, y no sé qué otras redundancias. Tan dedicados están que ni entienden nada, ni escuchan, ni ven venir el peligro, sólo ordeñar a todas horas. Pero bueno, lo importante es que están concentrados en aprender un oficio y que serán grandes ordeñadores. Van a dejar las cabras secas, secas, secas.

Paco Déniz

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