Pero el balear, en su torneo fetiche, tenía a su favor algo que echa para atrás a casi todos sus rivales, la fortaleza mental y el aguante físico y en una cita que se juega al mejor de cinco sets, normalmente Nadal es el número uno del planeta y de la galaxia, un deportista prácticamente imbatible.
Aun así, todo se ponía en contra para Rafa con un primer set primoroso de Djokovic. No se veía a un Nadal fresco, con demasiados errores ante un rival que parecía volver a tomarle la medida. Sin embargo, fue llegar el descanso y comenzar la segunda manga para empezar a ver la mejor versión del tenista de Manacor y, a la par, comenzar a observar como al serbio se le iba cambiando el semblante porque volvía a ver como se le aparecían los fantasmas de antaño.
De hecho, el tercer set casi fue un monólogo de Nadal, aunque le costó cerrar el quinto punto y después, en el cuarto set, cuando todo parecía hecho para un 5-2, Djokovic apeló a la épica y, por qué no decirlo, a los fallos de su oponente, y ponerse 4-4 e incluso con ventaja para haber llegado a un 5-4. Pero ahí resurgió el mejor Nadal y se puso por delante y con 0-30 en el resto, le levantó dos puntos al serbio para poner el 6-4 y cerrar un Roland Garros victorioso y, lo más importante, con el aplauso unñanime de unos franceses que han entendido que si no puedes con tu enemigo, únete a él. Y con 28 años, a Nadal le debe quedar dos o tres mordidas al máximo trofeo de la tierra batida de París.
Juan Antonio Alonso Velarde