Pongamos que el pasado 11 de septiembre de 2014 salieran dos millones de personas a la calle a pedir la independencia (aunque ellos lo revisten del edulcorado y tramposo derecho a decidir). Si empezamos a fijarnos, había bastantes menores de edad, es decir, niños que no tienen aún el derecho adquirido para poder ejercer el voto. Cataluña, que yo sepa, tiene alrededor de 8 millones de habitantes, así que, haciendo un cálculo rápido, sólo un 25% de los ciudadanos reclamaban abiertamente esa secesión y que el 9 de noviembre de 2014 se pueda concurrir a las urnas (ya verán como al final, de celebrarse algo en esa fecha, serán unas elecciones anticipadas).
Artur Mas puede presentarse en Moncloa y ponerle sobre la mesa los dos millones de manifestantes, pero su argumento tramposo quedará desmontado en una magistral jugada. Primero, no hemos escuchado a los otros seis millones de catalanes y, lo más importante, quedan 41 millones largos de españoles que también tienen algo que decir ante el intento de esta panda de independentistas de trocear nuestro país.
Eso sí, por motivos electoralistas, ya saldrán los Podemos de turno, Izquierda Unida o los socialistas a intentar camuflar sus pensamientos, intentado arrimar el ascua a su sardina, y asegurando que están por el derecho a decidir, pero oponiéndose a la secesión, haciendo un perverso uso del lenguaje, algo en lo que son unos maestros los políticos de la progresía española.
Juan Antonio Alonso Velarde