Kiko Rivera es un personaje que acabará, de seguir en esa vorágine, en un juguete roto, en una Belén Esteban en versión masculina, con una vorágine de parejas sentimentales reales o ficticias, con embarazos de pega, con rupturas y reconciliaciones a golpe de exclusiva bien pagada. Kiko interesa por ser hijo de quien es, una folclórica que ahora tendrá que cantar frente a un público más selecto y más rígido, ante un juez, unos fiscales y no sé si hasta un jurado. Pero Kiko, por sí mismo, no hubiese tenido mayor trayectoria que la de ser un pésimo futbolista que intentó entrar en la cantera del Real Madrid y ahora se mueve entre ser empresario de poca monta y un DJ de menor relevancia, pero que se lo está llevando a espuertas allá donde va. Eso sí, por ser hijo de quien es, que si no…
Por desgracia, estamos llenos de Kikos Riveras en nuestro país, gente sin oficio ni beneficio que, de la noche a la mañana, se convierten en personajes mediáticos por la obra y gracia de su permanencia en una casa o en una isla, Hoy todos hablan de Alessandro o Noemí, pero, ¿quiénes son esas personas? No son nadie. Son, como diría el mentalista Anthony Blake, únicamente productos de su imaginación, no trate de darle más vueltas. El problema es que bluffs de este estilo como el italiano o la canaria seguirán teniendo su cuota de pantalla y nunca sabremos exactamente qué fue primero, si el huevo o la gallina o, dicho de otra manera, si estos personajes tienen tirón porque la audiencia se engancha a ellos o porque al final te los acabas encontrando en cualquier pausa publicitaria.
Juan Antonio Alonso Velarde