Cuando no es el plasma, es huir despavoridamente del enjambre de micros y cámaras que le esperan a la salida de una comparecencia o de un acto o, ya en el colmo del despropósito, reírse a mandíbula batiente de la democracia y de los ciudadanos hurtándoles el derecho a dar las explicaciones pertinentes en sede parlamentaria. No es de recibo que mientras un señor, un presunto delincuente, marque la agenda periodística y mediática de este país, el ex tesorero del PP, Luis Barcenas, el señor Rajoy se permita el lujo de tirar de rodillo, de su abultada mayoría absoluta, para ciscarse en el sistema y decir que él no tiene que dar la jeta. Bueno, y en realidad no la da ni para esto, manda a sus segundos segundones.
El problema que se le va a generar a Rajoy es que si al final no sale a contar a los españoles qué es este engendro de los papeles, de los recibís, de los SMS y demás líos contables, será la oposición la quien, mediante una moción de censura (que no prosperará por una mera cuestión aritmética) obligue al jefe del Ejecutivo a salir a la escena pública y defender no sólo que él no tuvo nada que ver con Bárcenas, sino a tener que presentar nuevamente un programa porque le afearán (y con razón) los reiterados incumplimientos que ha tenido a lo largo de sus casi ya dos años de mandato.
Como a muchos ciudadanos de bien, no queremos creernos a Bárcenas, pensamos que es un tipo avieso, deshonesto, que está jugando al mejor postor, que es un chantajista de los bajos fondos, pero es que la inacción en el Gobierno y en el PP es tal que, sinceramente, da lugar a todo tipo de sospechas y muchas, desde luego, no son las mejores para un partido en horas bajas y que, lejos de recuperar el prestigio, lo sigue perdiendo a manos llenas.
Juan Antonio Alonso Velarde