Nicolás, que tiene la verdad todos los clichés de un mafiosete de barrio, empezando por el mote de la amiga que le va defendiendo por los medios de comunicación y que parece más bien una choni de extrarradio, la Pechotes, siguiendo por esas ínfulas con las que trataba a determinadas personas que, en principio, tenían una posición muy relevante. Pero este 'mangui' acabó por comerles el coco y la tostada y todos se plegaban a las órdenes de lo que dijera el 'pequeño Nicolás'. Prácticamente no se conocen a muchas personas que hayan sido capaces de ponerle un alto a este presunto delincuente. Y digo delincuente porque quien trata, presuntamente, de hacer una estafa, no puede tildársele de voluntario de Cáritas Diocesanas precisamente.
Lo cierto es que ardo en deseos de que por fin se abra el juicio oral y podamos ver cómo se defiende este personajillo, esta especie de caricatura de Mortadelo y Filemón, un vivales que ha sabido meterse a demasiada gente en los bolsillos, pero más que por sus artes manipuladoras, por la propia naturaleza de una política española que, como denunciaba hace unas semanas la periodista Isabel San Sebastián, está tan podrida que aquí, a poco que no te conozcan en exceso, basta con decir que tienes hilo directo con la vicepresidenta del Gobierno o con la Casa Real para que se te abran muchas puertas, a veces más de las que uno podría imaginar. Sí, es una pena que esto funcione así, pero un aprendiz de mafioso como el 'pequeño Nicolás' ha sabido tocar a base de bien las palancas del poder y trabajárselas a su favor.
Juan Antonio Alonso Velarde