Viernes, 19 de Abril 2024 

Canarias24Horas.com


More information Cialis Online
16 May

Nos enteramos, y muchos con ruboroso asombro, de alguna que otra andanza extra oficial del Rey de España. A cuenta gotas.

Y es que el soberano Borbón — resucitando vetustas prerrogativas, las del derecho divino de los reyes, — parece haber asumido con la mayor naturalidad que está por encima de la Ley, que solo es responsable ante dios y no ante el pueblo.

La figura del Rey, desde su coronación, ha estado rodeada de un velo de oscurantismo y un halo de misterio (quizá en eso se sustente el poder de la realeza). Nada debe trascender de su vida privada ni de sus actos extraoficiales —sin pasar censura previa— y, a tenor del art. 56.3 de la Constitución, su persona es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Esto último, de plena vigencia en la España actual; que se constituye en un Estado social y democráticos de Derecho (art. 1).

¡Grandioso!

A nadie debe extrañar, por tanto, que el monarca, heredero de una secular estirpe regia, cabalgue sobre costosísimos vehículos de alta gama, navegue en yates de lujo y habite palacios de ensueño. A nadie debe extrañar que se silencien sus devaneos y amoríos; que se rodee de una corte sumisa y complaciente y que bajo su real manto se lleven a cabo negocios de pingües beneficios y medren personas ambiciosas y carentes de escrúpulos. A nadie puede extrañar que se compren y paguen favores y que a su paso se alcen pendones y se humillen lacayos. Esas actividades, fuera de la agenda oficial y del control político, reafirman el pensamiento que ya pensábamos trasnochado, —y que no por vituperable, menos cierto— de que Autoridad que no abusa pierde prestigio.

La monarquía es una institución anacrónica, y para muchos absurda; y, por ende, de situación precaria. Sus privilegios, y el aura que aún la rodea, repugnan a la razón de personas ensambladas con tornillería estándar y que rechazan otro color sanguíneo que el carmesí. Y el hecho de que sea hereditaria hace que chirríen las tuercas, que se terminan saliendo de rosca cuando se menciona el orden sucesorio vigente:

Dentro del mismo grado: preferencia del varón a la hembra (art. 57).

Solo el hecho de tener que humillar la cabeza, flexionar la pierna y llamarle majestad indican que sigue aupada en un trono inaccesible; y desde él, a los ciudadanos (antiguos súbditos) se les continúa viendo todavía muy pequeños e insignificantes.

Los ponentes de la Constitución blindaron la Corona por motivos que pudieron ser entendibles en su momento, pero que ya no se sostienen.

Si el Rey es el primer servidor de la Patria, sus actos deben ser siempre modélicos y conocidos. A todos deben interesar, pues todos los sufragan y a todos representan. Y su elevado papel, el que ha asumido voluntariamente con el respaldo mayoritario de las personas que le votaron en su momento, lo ejerce durante las veinticuatro horas del día; sin descanso. Pues no se es Rey solamente las ocho horas que dura la jornada laboral, supongo.

Convendría leer las biografías no autorizadas del monarca y su entorno —las autorizadas, por salud mental, se deben excluir— para enterarse de lo que algunos tan obstinadamente tratan de evitar y conocer la trama que se gesta tras las bambalinas, cuando las candilejas se ha apagado y los espectadores se han marchado. (Les propongo la que firma Patricia Sverlo: Un rey a golpe a golpe. La pueden encontrar en internet).

La Corona mientras permanezca al frente de la Jefatura del Estado debe mantener las formas en todo momento, ser ejemplarizante y transparente, vigilar y extremar el comportamiento y no dar ocasión a sospechas ni críticas de ningún género. Si a los ciudadanos les exigen respetar dicha institución, también ella debe respetar a los ciudadanos. Durante años la prensa ha silenciado sus maniobras e intrigas. Ese tiempo parece haber pasado y ahora millones de personas contemplan su proceder con ojos avizores. Si hasta el presente, aunque con nubarrones, ha cumplido su papel, no tiene garantizado el futuro. De ellos depende. De no ser así, más pronto que tarde, la institución pasará a los recuerdos colectivos, aquellos que duermen cubiertos de polvo en los subterráneos de la historia. Sus regios antepasados predicaban aquello de: Noblesse (royauté, en este caso) oblige. Por algo sería. Y las naciones, entonces, aún no se habían constituido en Estados democráticos de Derecho.

La monarquía es como un sillar vetusto, desgastado y cubierto de musgo, colocado en el pórtico de un edificio de arquitectura vanguardista. Hasta el más lego en arte y cantería apreciaría la ausencia de armonía en el conjunto y lo vería fuera de lugar. Aun así, si esa piedra secular, sin grietas, está firmemente asentada, podría permanecer en su lugar; pues diversos motivos, sentimientos y emociones lo harían posible para un buen número de personas.

Valora este artículo
(7 votos)

Diseñado por CUADRADOS · Estudio de diseño web en Canarias

© Canarias24Horas S.L. | Todos los derechos reservados.